Un día como hoy, el 13 de enero de 1881, sucedió la Batalla de San Juan y Chorrillos -2 días después siguió la de Miraflores-, consumando la ocupación chilena de nuestra capital, luego de lograr dominar el mar y conseguir por la fuerza de sus armas la posesión de las provincias peruanas de Tarapacá, Arica y la querida Tacna, que resistiéndose a la política de chilenización dictada por La Moneda, pudo ser reincorporada al seno de la Patria (1929).

Las tropas invasoras estuvieron al mando del general Manuel Baquedano y la defensa de Lima fue liderada por Nicolás de Piérola, apodado “El Califa”. Como había ocurrido en gran parte de los enfrentamientos desde que Chile nos declaró la guerra (1879), planeada en los tiempos de la Confederación Perú-boliviana que frustraron, los soldados sureños se alzaron con la mayoría de las victorias pues se habían preparado con muchos años de anticipación para acabar con la diminuta calidad geopolítica que tanto preocupaba a sus diplomáticos y militares y que era lo que contaban cuando se hicieron a la vida independiente al comienzo del siglo XIX, como capitanía general en contraste con la suerte peruana de ser el centro del poder español en la condición política de virreinato. La virulencia de la guerra fue superada por las acciones cobardes e inhumanas de los jefes chilenos, totalmente proscritas por el derecho internacional humanitario, como quedó grabado en el óleo El Repase, del artista español Ramón Muñiz, que vivió en el Perú.

Pintada en 1888, la trágica y suplicante actitud de una rabona -el lienzo se conserva en el Museo Histórico Militar del Perú-, desnuda el remate dictado por el sanguinario Patricio Lynch, de los heridos peruanos en Huamachuco (1883), como se había cometido en Lima. Chile debería pedir perdón al Perú por estos hechos, ajenos al combate, como lo hizo Alemania con Polonia (2019) por las atrocidades durante la guerra de 1939.  A nuestros gobernantes les ha faltado carácter para hacerlo. Ahora que asumirá el poder en Chile Gabriel Boric, un gobernante de izquierda, podría ser una inmejorable oportunidad para que, con su homólogo peruano, Pedro Castillo, también de izquierda, lleven adelante la auténtica integración que no tenemos sobre la base de una relación vecinal sincera, sin heridas y de confianza mutua.