Las elecciones regionales y municipales están a la vuelta de la esquina (domingo 2 de octubre) y, además de cumplir con los protocolos sanitarios respectivos para la prevención del COVID-19, la población votante tendrá entre manos la gran oportunidad de empezar una profilaxis electoral que, poco a poco, nos vaya llevando a tener camadas de autoridades con las uñas bien cortadas y predispuestas al servicio público.

En buena cuenta, el próximo sufragio debe marcar el punto de quiebre de la mala suerte o poco tino que hemos exhibido en los últimos años al darles el sillón a políticos que ven al Perú como un botín (o como su chacra), con las excepciones del caso por supuesto. Un resarcimiento y mea culpa necesarios porque si no somos parte de la solución, seremos parte del problema, y el país ya merece un mejor destino.

La advertencia es válida, además, porque grupetes y partidos extremistas están merodeando las gobernaciones y alcaldías en el entendido de que pueden seguir exprimiendo las arcas del Estado. El mal ejemplo cunde, pues. Todo esto secundado por el populismo desesperado que a cada rato inyecta el presidente Pedro Castillo a las regiones en el afán de congraciarse y tener donde recostarse.

No es cierto que cada pueblo tiene el gobierno que se merece. En todo caso, como decíamos líneas arriba, llegó el momento del empoderamiento en las urnas y que nuestro voto tenga asidero, sea honrado y halle una representación constante vía obras tangibles y sin licitaciones corruptas. Basta de gastar pólvora en gallinazos. No más autoridades de una pobreza moral en un país de un rico legado.