Hoy se cumplen 233 años de la Revolución Francesa, la gesta que cambió el decurso de la historia de la sociedad internacional, al tirarse abajo la monarquía absoluta del rey Luis XVI y del denominado Antiguo Régimen que él encarnaba al final del siglo XVIII.  El día de la histórica revolución parisina las fuerzas revolucionarias francesas tomaron por asalto el antiguo recinto medieval de la Bastilla que se había alzado en símbolo del despotismo monárquico. El rey y su esposa, María Antonieta, por una fuga frustrada terminaron guillotinados poco tiempo después. La Revolución fue obra de la burguesía, que como ahora, era la clase pensante del Estado: Rousseau, Voltaire, Montesquieu, etc., por cuyas reflexiones filosóficas fue cuestionado el derecho divino que avaló el poder sin límites de los reyes, y que fuera vencido por el iusnaturalismo o derecho natural que superpuso la idea dominante de que todos en tanto seres humanos y miembros de una especie, somos iguales por naturaleza, tirándose abajo los caprichos de Luis XIV, a cuya triste fama para la democracia contemporánea sostenía suelto de huesos que “El Estado soy yo”. Así, la soberanía del monarca pasó a manos de la soberanía del pueblo. Esto último fue lo más extraordinario porque a partir de ese momento la democracia cobró vida como el más preciado sistema político de las naciones, cuya vigencia estaba determinada por la voluntad de las mayorías y la alternancia del poder, y pegada a ella el valor de la libertad nunca atendida como a partir de ese memorable acontecimiento que dio paso a la Edad Contemporánea.

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