Hace dos días, se cumplieron veinticinco años de la publicación de mi primera columna de opinión en un diario. Se trató de una columna titulada “Por el trabajo” en el diario Gestión y se publicó el 6 de agosto de 1995. Desde entonces ha pasado mucha agua bajo los puentes. ¿Qué aprendí?
1. En el Perú la gente lee poco. Y hoy, si no se cautiva a alguien en las primeras tres líneas, no te lee nadie. Una lástima, obliga a escribir casi en tesitura de post de Facebook, desatendiendo la ortodoxia de la escritura de una columna de opinión con sus tres partes clásicas.
2. La columna debe tratar un punto. Máximo dos, excepcionalmente. Si no, uno se dispersa. Y ya es poco lo que se puede profundizar con tan poco espacio.
3. El columnista puede ser emocional. Está expresando una opinión propia e intransferible. Eso no puede vetarse. Lo que es anti-ético es vender la propia opinión para promocionar alguna causa o algún interés.
4. Sin embargo, en lo posible, el columnista debe intentar apegarse a cierta objetividad. Eso sí, siempre, pero siempre, aunque deje sueltas sus emociones, debe decir la verdad y no falsear la realidad para que se acomode a su palabra.
5. Debe evitar el columnista la “política-ficción”, salvo que anuncie deliberadamente que está practicando un análisis contrafactual. Muchas veces los columnistas, para aparentar ser “creativos”, inventan escenarios políticos que no ocurren y que solo imaginan.
6. Estar bien informado debe ser otra condición indispensable. No se puede opinar de lo que no se conoce bien.
7. Conservar la credibilidad a toda costa. Pueden discrepar con uno y hasta insultarlo. Pero el respeto lo pierde el columnista cuando ya no es creíble.
Por cierto, también este mes cumplo ocho años en el diario Correo. Mucho que conmemorar, mucho que agradecer. A los de antes, a los de hoy.