La mañana del 5 de abril de 1879 la ciudad de Lima despertó con sus plazas cubiertas por el boletín de la mañana que rezaba dos palabras solitarias. “La Guerra”. No había necesidad de decir nada más. Y abajo, por si no te quedaba todavía claro, la bajada te lo resumía: “Declarada oficialmente”. Ese día nuestro país se embarcó en el conflicto armado que definió nuestro futuro y por qué no, marcó nuestra identidad.

La Guerra del Pacífico o simplemente la Guerra con Chile, como nos lo enseñaron a todos en el colegio, terminó para nuestro país con la sierra saqueada y arrasada, el sur destruido, el norte invadido –por si no lo saben, la batalla de San Pablo, donde, dicho sea de paso, las milicias peruanas repasaron a los heridos de las ambulancias chilenas, se libró en Cajamarca- y Lima ocupada, con la Biblioteca Nacional convertida en caballeriza.

Durante la batalla de Lima el Huáscar, ya con bandera chilena bombardeó las trincheras de San Juan y Pamplona. En Miraflores, justo a la altura de Larcomar, murieron niños soldados, honestos oficinistas, campesinos quechuahablantes; padres de familia que dejaron una ciudad huérfana y un país pidiendo venganza.

Recuerdo que en la universidad, el profesor Tanaka nos mostraba unos cuadros comparativos de historia económica y nos decía que de todo podíamos volver a empezar. Y podíamos aprender de los errores. Que en el primer gobierno de Alan García el tesoro público y nuestro fisco quedaron más golpeados que en una guerra donde los saqueadores se llevaron –literalmente- hasta los rieles del tranvía.

Así que algo me quedó claro. Un mal gobierno puede hacer más daño que un ejército invasor entrando a sangre y fuego a tu país. Ese cinco de abril los peruanos nos fuimos a la guerra. Las madres despedían a sus hijos en los balcones, las hermanas cosían cruces en los forros de las chaquetas blancas y azules para conjurar la mortalidad de las balas. Muchos padres fueron a la guerra con sus hijos. Porque defender al Perú se aprende así, en la cancha, en las calles como en Concepción, con Tayta Cáceres dirigiendo una carga de montoneros contra la fusilería atrincherada en una iglesia. En Chorrillos donde se peleó casa por casa haciendo fuego desde ventanas y azoteas, de espaldas al morro y los barrancos en medio de las llamas de los incendios.

Las calles también son campos de batalla donde se gana el derecho a ser libres. De vivir con dignidad.

El periódico de aquella mañana infausta del 5 de abril terminaba así: “¡El Perú lo espera todo del patriotismo de sus hijos y de la entereza de sus gobernantes!”.

Pues eso.