Un día como ayer de 1948, las Naciones Unidas, la dedicó para rendir homenaje a aquellos hombres y mujeres -civiles y militares-, que sirven en las tareas de las operaciones de paz, particularmente en las áreas en conflicto en el planeta. Todos los países miembros de la ONU deben coadyuvar en este objetivo, que responde a los fines fundamentales de la organización desde su creación en 1945 por la denominada Carta de San Francisco, es decir, el mantenimiento de la paz en el mundo. No son ejércitos nacionales que dependen de los comandos de sus países. No. Sus agentes de la paz, se deben a la ONU, que es distinto. Por tanto, su tarea coercitiva y coactiva es en nombre de la humanidad convencionalmente expresada en la ONU. Después de la Segunda Guerra Mundial (1939-1945), los Estados de la ONU –el Perú fue uno de los 51 firmantes fundacionales-, se comprometieron en mantener la paz mundial que costó muchísimo conseguir. No es que busquen la paz, sino que se esfuerzan por mantenerla, que también es distinto, de allí que no son fuerzas guerreras. Al contrario, los inspira la paz como un ejercicio imperativo de cumplimiento obligatorio, y no solamente desiderativo como era en el pasado. Nuestro país ha venido participando en diversos momentos y escenarios de los acontecimientos de convulsión en el mundo. Estuvimos en las alturas del Golán en el marco de la guerra de Yom Kippur (1973-1975), en Haití (2004-2017), y últimamente, en la República Centroafricana, estos dos últimos, típicos estados fallidos. Se trata, sin duda, de una loable misión que debemos aplaudir.