La historia de la humanidad ha estado marcada por los conflictos. Si quisiéramos podríamos mirar los más de 2000 años de una historia de la sociedad internacional desde occidente o quizás varios miles de años más con culturas milenarias como China e India, si nuestra observación fuera planetaria; sin embargo, ningún conflicto de los que podamos contemplar revisando el pasado, estos es, las Guerras Médicas, del Peloponeso, Púnicas, de las Galias, de Cruzadas, de los Cien Años, de los Treinta Años, y muchas otras más incluida, la Primera Guerra Mundial u otros conflictos regionales posteriores -la de Corea o la de Vietnam, o últimamente la del Golfo Pérsico, la de Irak o Siria-, tiene comparación en impacto numérico de muertos -70 millones- y en desastres materiales -un billón de dólares-, a los que produjo la Segunda Guerra Mundial (1939-1945). Este suceso transformó el globo que había sido testigo de una devastación de la calidad humana nunca jamás antes vista. La guerra, localizada principalmente en Europa, pero que cruzó hasta los territorios africanos y tuvo episodios de sangre en el océano Pacífico, había remecido a la conciencia de los hombres cuando llegó a su fin, en los primeros días del mes de mayo de 1945 con la rendición alemana, solo habiéndole precedido en este feliz desenlace, la histórica Conferencia de Yalta, en Crimea (Ucrania) -anexada por Rusia en 2014-, tres meses antes, en que se reunieron Winston Churchill (Reino Unido), Iósif Stalin (Unión Soviética) y Franklin D. Roosevelt (EE.UU.), advirtiendo el final de la conflagración y preparando el mejor contexto siguiente. Es verdad que tuvieron que suceder las desgracias en Hiroshima y Nagasaki, el 6 y 9 de agosto de ese año, en que fueron lanzadas dos bombas atómicas que en segundos cobraron más de 200 mil muertos, para que realmente acabara la barbarie bélica. La ONU, que surgió al final de la guerra, consagró en su Carta fundacional o Carta de San Francisco (1945), que la paz hasta ese momento con mero carácter desiderativo por siglos, luciera juridizada, es decir, obligatoria para todos (erga omnes). Ese marco solamente fue posible, un 8 de mayo como mañana -hace 76 años-, que recuerda el día de la victoria europea sobre las tropas nazis.