Así, a media asta, estuvo nuestra bandera durante el único día de duelo nacional decretado por el gobierno por la partida de Mario Vargas Llosa. De seguro pudieron ser más días. No es lo importante. Las mezquindades o las diferencias políticas son irrelevantes ante una personalidad cumbre de la literatura en español. Un hombre universal nacido en el Perú, un país que tiene a dos tercios de su población con absoluta falta de educación. Nuestro escritor es la realización de un imposible que se convierte en símbolo de la fuerza, la inteligencia y la voluntad de ir hacia más, de luchar por sus ideas con convicción e integridad, contra la corriente. Podemos pensar diferente, pero no dejar de reconocer su valor como autor, ensayista y articulista, con sus propios ideales al tope. Defendió la libertad con la mayor independencia posible. En un país en el que pocos luchan por lo que creen y menos en voz alta y con valentía, Mario Vargas Llosa es indispensable modelo para las jóvenes generaciones que pronto tendrán el destino nacional en sus manos. Ya está en la historia y en los corazones del mundo en el que estuvo menos de un siglo, pero se prodigó para dejar una obra sin parangón. Su paso por la política peruana pudo ser polémico, y lo fue, pero es lo que menos se recordará ante su dimensión como autor reconocido y amado. Así lo refléjan los múltiples premios y distinciones que obtuvo en especial el Nobel que tanto nos enorgullece. Su legado está en sus novelas y en su conocimiento del alma humana para exhibir sus contradicciones permitiendo que la libertad y la dignidad humanas prevalecieran. A ellas podemos volver siempre y agradecerle su talento y su entrega. Retornó al Perú para decir adiós, ya es parte de nuestra memoria nacional. Honor al honor.