Hace poco más de un siglo, los estudiantes universitarios del Perú no solo asistían a clases: escribían historia. Víctor Raúl Haya de la Torre y su generación marcharon hombro a hombro con los obreros para arrancarle al poder la jornada laboral de ocho horas. Desde entonces, cada vez que la nación estuvo al borde del abismo, la juventud universitaria salió a la calle a recordarle al país que todavía había rebeldía en las aulas. Su voz fue, durante décadas, la alarma moral de la República.
Uno de los últimos destellos de ese protagonismo juvenil se dio en 1997, cuando las universidades más importantes del país se levantaron contra el régimen de Alberto Fujimori. Vestidos con polos blancos, los estudiantes de San Marcos, Católica, de Lima, Agraria, Ingeniería, Pacífico, la Cantuta, Villarreal, UPC y Unifé marcharon contra la destitución de magistrados del Tribunal Constitucional.
Hoy, sin embargo, los tiempos son otros. La mayoría de universitarios ha decretado la desaparición de la política como tema de interés y la muerte de los políticos como referentes de vida. Prefieren lo práctico, lo inmediato, lo concreto, todo lo contrario al discurso vacío y repetitivo de quienes ocupan el poder. Esa desafección es comprensible, pero al mismo tiempo peligrosa: cuando la juventud renuncia a la política, deja la cancha libre a los mismos de siempre. Un 58% no se identifica con ninguna tendencia, un 54% cree que la política se pudrió en veinte años y siete de cada diez consideran al Estado un estercolero de corrupción, según una encuesta del Centro de Investigación en Opinión Pública de la Universidad de Piura.. No los culpo: los políticos actuales no inspiran, dan náuseas.
Ojo que cuando los universitarios callan, los corruptos celebran. Si la juventud universitaria no recupera el pulso histórico que tuvo, vendrán tiempos aún más oscuros.




