Los números no mienten: en solo 19 días de estado de emergencia en Lima y Callao, más de 20 personas han perdido la vida a manos de la violencia. La situación es igual de alarmante a nivel nacional, donde este año se han registrado cinco homicidios diarios. Estas cifras estremecen, pero nuestras autoridades parecen no reaccionar ante la magnitud de la tragedia.
Recientemente, el ministro del Interior, Juan José Santiváñez, declaró que la muerte de un profesor frente a sus alumnos “no significa en absoluto que no estemos teniendo resultados”. Esta respuesta, fría e insensible, revela una preocupante falta de empatía y una incapacidad para reconocer la gravedad de la crisis. Minimizar un hecho tan atroz es una clara señal de ineptitud, y dejar la seguridad ciudadana en manos de personas con esta mentalidad es abandonar a su suerte a todo el país.
No es casualidad que tanto la presidenta Dina Boluarte como el ministro del Interior y el premier Gustavo Adrianzén sean desaprobados en todas las encuestas. La ciudadanía los rechaza porque, a pesar del caos que se vive en las calles, insisten en decir que todo marcha bien. Pero la gente sabe la verdad: ya no es solo el miedo lo que se siente al salir de casa, ahora es pánico.
Mientras tanto, los más cercanos a la presidenta actúan como si la crisis no existiera. Es como si formaran parte de una maquinaria sin alma, programada para ignorar el sufrimiento de la población. Su desconexión con la realidad es preocupante y revela una indiferencia peligrosa ante la violencia que crece sin control.