Lo que está sucediendo en estos días es grave. La gente siente que su vida se desarrolla sin seguridad ni protección, con total desamparo del Estado, en especial respecto a la salud pública y a la delincuencia y la criminalidad. Estos signos nos acercan a un estado fallido que comienza a planear cuando un gobierno pierde progresivamente su capacidad para cumplir con sus funciones esenciales, un proceso  que no se produce de un día para otro, es un deterioro gradual que puede ser acelerado por una combinación de factores internos y externos. Hablamos del debilitamiento de las instituciones estatales como el sistema judicial que pierde legitimidad, eficacia y capacidad para impartir justicia o frenar la violencia criminal. Cuando no se puede mantener el orden o las instituciones son afectadas por la corrupción y la ineficiencia lo que puede derivar en la pérdida del monopolio de la fuerza es decir en la justicia por mano propia. El signo más claro de un estado fallido es la pérdida del control sobre la seguridad con una espiral de violencia y fragmentación. En el Perú tenemos varios de estos signos y también desempleo y crisis de servicios públicos como la salud. Felizmente la macroeconomía funciona aunque con mínimo crecimiento para superar la pobreza que se incrementa. Las advertencias están claras para el gobierno y el parlamento que deben tener ojos de ver.  La protesta de estos días es contra el gobierno que no puede detener la extorsión que ataca a empresarios grandes y pequeños, a la economía, al turismo y las finanzas, pero sobre todo al derecho a la vida. Cuando la sociedad se siente vulnerable y desamparada la vida diaria se vuelve impredecible y peligrosa.

La advertencia también es para las élites políticas e intelectuales que deben levantar su voz.

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