Israel y Arabia Saudí no se han detenido en manifestar su oposición frontal al reciente histórico acuerdo entre los países miembros del Consejo de Seguridad de la ONU (Estados Unidos, Rusia, China, Reino Unido y Francia) y Alemania con la República Islámica de Irán sobre la aceptación de Teherán de limitar su programa nuclear a cambio de que las duras sanciones económicas que le fueron impuestas sean levantadas progresivamente. Israel acusa a Irán de ser promotor del terrorismo internacional y los árabes saudíes mantienen una rivalidad histórica con los persas. Las quejas de los dos enemigos de Irán no han sido atendidas. Está claro que la relación entre Obama y Netanyahu acabará deteriorada, pero eso es distinto a la de Estados Unidos con Israel que mantienen una alianza estratégica de larga data. En ese nivel, entonces, se trata de una crisis de actores visibles y eso pasará porque jamás un Estado se disociará del otro desde el puro realismo de las relaciones internacionales. Los republicanos quizás se opondrán a la aprobación del acuerdo, pero difícilmente se frustrará el proceso que hacia adelante se muestra esperanzador. Los saudíes, que son sunitas y primeros productores de petróleo en el mundo, no pueden verse a la cara con los iraníes, que son chiitas y cuartos en producir el oro negro en el globo. Los iraníes abiertamente han apoyado al presidente de Siria Bashar al Asad, al Hezbolá de Líbano y últimamente a los revolucionarios de Yemen, es decir, gobernantes, movimientos y causas precisamente con las que Arabia Saudí guarda enormes diferencias. Estados Unidos ha logrado ajustar a Irán, pero sobre todo lo ha comprometido en apoyar el combate de la coalición internacional contra el yihadismo islámico aunque no sea parte de ella. El acuerdo podría cambiar la correlación de fuerzas y por tanto de la geopolítica en el Medio Oriente.