Una de las virtudes que convierten a “Al pie de las hambres” (Colmillo Blanco, 2024) de Orlando Quevedo en una gran novela es lo que no se cuenta detrás de la radical, desoladora y triste decisión de Espíritu. Ella quiere morir y tiene todo planeado, desde las flores de su velorio hasta su tumba, y quiere cometer un acto aún más terrible. Ahí es cuando el silencio del narrador, de manera notable, nos hace imaginar el abismo de este personaje, una oscuridad que no necesita tantas palabras para que aparezca con su inmensidad. Porque no solo se manifiesta en el plan secreto de Espíritu sino que también en su familia marcada por la violencia y la muerte y en el lugar donde viven, El Porvenir de San Juan de Lurigancho, un asentamiento humano afectado por un aniego, donde tener agua no es una normalidad y en el que una vida digna para la población no forma parte de los planes de las autoridades de turno. Y, por supuesto, se expresa en la vida de su hijo, Remigio, quien vive en una silla de ruedas, negado al habla, y con una existencia resumida en tres aristas: abuso, trabajo precario y abandono. En las orillas del silencio, él nombra sus temores, anhelos e inquietudes con sus “garabatos” y ve el mundo desde el desarraigo. Remigio no tiene palabra, no puede decidir sobre su futuro, transita en la marginalidad y cuenta esta historia tras un hecho atroz y ejecutado de manera magistral en el cierre del libro. Si antes los personajes en la narrativa peruana buscaban un lugar donde vivir en Lima, los protagonistas de esta ficción son expulsados de sus hogares, tanto físicos como emocionales, y deben protestar por recuperar servicios básicos y hasta pelear para defender las tumbas de sus familiares. Cuántas tramas similares se han contado desde Enrique Congrains hasta Oswaldo Reynoso, podríamos decir, pero el autor consigue un camino propio a través de otro gran logro, que se nota desde la primera línea: una prosa poética que lleva el realismo urbano a una experiencia más sensorial, y que, en su insularidad, consigue un efecto inquietante y asolador. Esa atmósfera que compone desde el arranque le da forma a un lugar que ni siquiera me atrevería a encasillar en “lo fantástico”, porque, me parece, la mayoría de peruanos hemos crecido entre historias de fantasmas. De esta forma, la realidad se cuestiona siempre y la ambigüedad refulge para mostrarnos otras caras de las familias, de los barrios y de los amores. Orlando Quevedo ha escrito una novela impresionante y reveladora.

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