En la última Encuesta del Poder en el Perú, la estrella no fue el más poderoso sino el tercero. Efectivamente, sorprendió que Alan García calificara en ese puesto, a muy pocos puntos de los dos primeros reservados a la “pareja presidencial”. Y la sorpresa proviene de tres hechos coincidentes: primero, que García no desempeña cargo público alguno; segundo, que figura en las encuestas con menos de 10% de intención de voto; y tercero, que justo por estos días está afrontando numerosas denuncias, desde los “narcoindultos” hasta la delirante “relación” con el recientemente apresado Gerald Oropeza.

¿Qué explica esto? Que la gente que analiza la política en el país ve a García como el principal líder de la oposición y lo percibe como rival de fuste en cualquier elección. Y que, de hecho, lo sigue viendo como opción creíble de ganar la Presidencia una vez más, en 2016. En esto coincide con el Gobierno, que ha destinado lo mejor de su artillería en demolerlo en estos cuatro años, haciendo uso desde la comisión Tejada hasta los adjetivos del Presidente.

El nacionalismo sabe que sería más fácil hacerle oposición -y sobrevivir- a un gobierno de Keiko Fujimori, que se cuidará de andar con toda la delicadeza del mundo para evitar parecerse a lo que sus opositores le han endilgado por dos décadas. Con el APRA en el poder, la rendición de cuentas tendría que ser, por decir lo menos, bastante más prolija y escrupulosa.

Entre tanto, Alan García sigue con sus mítines, sus tuits y sus actividades académicas, sin que parezca afectado por los misiles recibidos. ¿Hay algo más con lo que se le pueda golpear? ¿O ya se terminó de inmunizar?

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