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“Ya luché con un lagarto; ya choqué con la ballena; atrapé el rayo y al trueno lo enjaulé; la semana pasada maté una roca, dañé una piedra, hospitalicé un ladrillo. Soy tan malo que la medicina se enferma por mí”.

Las campanas del deporte mundial siguen doblando y repicando por la muerte del más grande de todos los tiempos. Cassius Clay dejó este mundo y con él, para muchos, la magia del boxeo se fue también. Nunca más los pasos de bailarina de ballet y los rectos fulminantes de artillería pesada. Nunca más esa rebeldía auténtica, desprovista del marketing y los sponsors que hoy gobiernan al deporte. Ha muerto una leyenda, pero las leyendas no mueren.

Muhammad Ali cambio la forma de ver el deporte para siempre. Convirtió al atleta en el protagonista del circo mediático y lo dotó de poder. Derrumbó paradigmas, desafió a los poderosos y representó a toda una generación que pedía un cambio de rumbo. Fue genio y figura, y al mismo tiempo un deportista meticuloso e incansable.

En las fronteras de un ring de box, Ali redefinió el deporte. Le aportó inteligencia y estrategia, velocidad y despliegue. Ante los oponentes más fuertes y avasalladores, Muhammad Ali brincaba con ligereza y calma, desafiante, bravucón, a la espera del momento propicio para desplegar un derechazo al costado -un recto a la quijada- y terminar el festín entre alabanzas. Creó una forma de boxear, un estilo particular e irrepetible, que potenciaba todas sus virtudes y que, por si fuera poco, hacía que el púlpito delirara.

Fuera del ring, Ali hizo lo propio. Fue, en su momento, un movilizador de opinión y protesta frente al racismo, activista contra la guerra y promotor del libre pensamiento. Con el tiempo, su imagen se hizo icónica representante de ideales como la rebeldía y la igualdad.

Hoy su legado está intacto. Todavía los jóvenes golpean sacos de arena soñando con un día volar como moscas y picar como abejas en un ring de box. Generaciones enteras alzan carteles con su rostro invocando la igualdad y replicando un discurso que supo valerse de los reflectores y el éxito deportivo para exigir cambios en una sociedad fracturada. A pesar de su muerte, Ali sigue vivo. Más vivo que nunca. Su estilo reformuló el deporte. Lo repotenció exponencialmente. Y su imagen fuera del ring quedó grabada en piedra y fuego como un símbolo de rebeldía ante los grandes poderes.