Muchos ya vislumbran que, ante la defección de la actual parrilla política, que incluye a la izquierda y todas sus hierbas, la próxima elección presidencial de abril de 2024 la ganará un outsider, por definición alguien nuevo que irrumpe y mueve el gallinero con un discurso exento de la retórica tradicional, pero que no garantizará necesariamente la solución al nudo gordiano que ahorca a nuestro país.

De manera que ¡cuidado! con que el adelanto de elecciones, tan gritado en calles y plazas, sea un albur o una decisión con efecto bumerán. Con Pedro Castillo ya basta y sobra para aventuras y aventureros en el poder cuando lo que necesitamos es un personaje con raíces democráticas y un liderazgo de harta sombra para poder torear a quienes les fastidia la gobernabilidad.

No necesitamos mencionar nombres porque todos sabemos qué políticos se han ido a la baja por jugar sucio y cuáles han descendido en la aceptación popular porque antepusieron sus intereses personales y partidarios a las demandas nacionales, en muchas ocasiones flameando las banderas de la corrupción. Los unos y los otros no deberían tener espacio en los comicios venideros.

Entre las reformas constitucionales o iniciativas de cara a mejorar las ofertas de los partidos políticos figura una del congresista Roberto Chiabra que nos parece justa y necesaria: cerrarle el paso a los sentenciados en primera instancia por lavado de activos, narcotráfico, terrorismo, violencia familiar y contra la libertad sexual. El Estado no puede se posada de estos especímenes y además pagarles un sueldazo.

Outsider o no, el próximo mandatario o mandataria debe tener presente que “quien con Niños se acuesta, vacado amanece”.

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