El 2021 fue intenso en lo político, social y económico. La elección de Pedro Castillo como presidente no fue casualidad ni azar. Fue parte irreversible de un proceso en el que los sectores mayoritarios y permanentemente excluidos, reclaman espacios y cuotas de poder.

La grita de algunos perdedores insistiendo en un fraude que nunca existió, confirma la necesidad de reformar el sistema político para lograr partidos verdaderamente democráticos y descentralizados, además de paridad y alternancia.

Combatir la corrupción demanda cambiar el marco legal de la contratación de obras públicas, desterrar las adendas y fortalecer la Contraloría para que realice un efectivo control y acompañamiento de las licitaciones, sin limitarse a los controles posteriores, porque investigaciones sin resultados sobran.

El Poder Judicial reclama presupuesto y autonomía todos los años, pero mantiene a muchos jueces implicados en actos de corrupción. Es hora de dejar de lado el mal llamado “espíritu de cuerpo” para lograr transparencia y credibilidad.

El Gobierno enfrenta varios problemas, por lo que debe priorizar objetivos y definir un buen equipo de gestión. Es necesario replicar el éxito logrado con la vacunación en otros ámbitos y ministerios, acabar con la incertidumbre y la informalidad como sello presidencial. Urge establecer y definir objetivos de corto y mediano plazo. Ayudaría mucho.

Tener metas de mejoras en salud, educación y saneamiento son indispensables. Y para ello se necesita elevar la recaudación tributaria, pues solo se puede gastar si se cuenta con ingresos. Casinos, universidades, empresas agroindustriales, mineras y otras deben pagar impuestos sin exoneraciones ni beneficios, como hacemos todos los peruanos.

De otro modo, las propuestas por muy buenas que sean, quedarán solo como propuestas.