Cuando Donald Trump ganó la presidencia de EE. UU. en noviembre pasado, los mercados reaccionaron con euforia. No era para menos, su primer mandato había sido, en términos económicos, un éxito innegable y de no haber sido por la pandemia, su reelección habría sido casi un trámite. Pero lo que muchos vieron como una segunda era de bonanza ahora empieza a mostrarse con menos claridad.
Durante la campaña, Trump fue enfático en su postura proteccionista, pero pocos creyeron que realmente llevaría a cabo su agresiva política arancelaria. La historia de la política siempre ha estado llena de promesas de campaña que se evaporan tras la toma de posesión. Sin embargo, esta vez ha sido diferente, los hechos han superado a los discursos y el comercio global está palideciendo.
Con los aranceles se ha dinamitado el modelo económico bipartidista que EE. UU. construyó por décadas. Desde Nixon y su acercamiento a China, pasando por Reagan y su impulso a la globalización, hasta el Consenso de Washington de George H. Bush, la estrategia siempre fue clara: apertura comercial y liderazgo mundial. Ahora, Washington juega en solitario, sin aliados ni consensos, un escenario totalmente opuesto al que estábamos acostumbrados.
En el corto plazo, tres efectos son inminentes: el crecimiento económico global se desacelerará, se intensificará una guerra comercial de represalias donde todos perderán y los precios subirán, golpeando el bolsillo de los consumidores.
En el Perú las secuelas ya se sienten. El cobre ha visto un alza especulativa que nos beneficia en el corto plazo, pero las agroexportaciones –pieza clave de nuestra economía– avizoran un horizonte gris, pues serán las más afectadas. La pregunta es inevitable: ¿estamos ante una estratagema o un error económico? Solo el tiempo nos lo podrá indicar.