El expresidente Pedro Castillo ha sido condenado a 11 años y 5 meses de cárcel por golpista, por quebrar el orden constitucional, por haber tratado de imponer una dictadura a su medida en momentos en que el Ministerio Público y el Congreso prácticamente lo tenían cercado por corrupto, por haber recibido dinero sucio para direccionar obras y efectuar nombramientos en el aparato estatal, todo en perjuicio del “pueblo”, palabra que le gustaba repetir como parte de su limitado y demagógico discurso.
Pero más allá de la causa de fondo, que era librarse de las consecuencias de sus raterías, Castillo cometió un grave delito que no podía quedar impune si es que nos consideramos un país medianamente serio. Este sujeto intentó cerrar el Congreso y tomar el sistema de justicia. En otras palabras, conspiró para acabar con la separación de poderes que es la base del sistema democrático. A eso se suma que este impresentable nos quiso imponer una asamblea constituyente para elaborar una Carta Magna a su medida.
Castillo la ha casado barata. Le han dado la tercera parte de la carcelería que originalmente había pedido el Ministerio Público, pero también le ha ido bien por el hecho de que ha sido juzgado por una sala independiente de un Poder Judicial que podrá tener muchos defectos, pero que esta vez ha actuado de manera correcta y de acuerdo al respeto que la democracia y la legalidad merecen. Habría que ver qué tipo de jueces títeres hubiéramos tenido si es que se hubiera consumado el golpe castillista que algunos hasta hoy siguen anhelando.
Lo mismo va para los otros golpistas: la prófuga Betssy Chávez, el cínico Aníbal Torres y Willy Huertas, quienes con toda seguridad van a pasar largo tiempo en la sombra por el daño ocasionado al país, especialmente los dos primeros, que han sido el “cerebro” de la conspiración, teniendo en cuenta las limitaciones intelectuales, políticas y académicas de Castillo, un casi iletrado que acabó sentado en Palacio de Gobierno por el voto de odio de la izquierda, que debería asumir su responsabilidad y pedir disculpas al Perú.
Ahora que Castillo vaya a llorarle a sus escuderos y viudas, de acá y de otros países, que han blindado a este sujeto que ha tratado de tomarnos el pelo a los peruanos con su farsa de que el mensaje infame del 7 de diciembre de 2022, desde el Despacho Presidencial y con la banda roja y blanca en el pecho, fue algo así como una idea suelta sin mayores consecuencias, un pensar en voz alta, casi una broma para calentar una mañana de primavera. La democracia no es una “pelotudez”, con la democracia no se juega.




