¿Si el ataque es político, la respuesta debe ser política? A veces. Rafael López Aliaga, alcalde de Lima, ha puesto sobre rieles el transporte ferroviario que puede ser posible para Lima Este. Con la donación de 90 vagones y 20 locomotoras, “Porky” no solo ha movido maquinaria pesada, sino también la agenda mediática y de sus adversarios políticos, y lo más importante logró que la gente ingrese a la conversación.

Cuando un político logra que la gente hable de una propuesta suya, y no solo de su personaje, está logrando comunicarse. En Lima Este, donde el trayecto desde Chosica, Ñaña o Huaycán hacia el centro de Lima es una odisea de dos o tres horas en medio del tráfico y contaminación, lo que menos interesa es la pelea entre políticos. Lo que importa a la gente es si alguien, por fin, va a solucionarles ese infierno.

Los trenes de Porky han sido blanco de críticas. ¿Y si lo que parece un ataque, termina en publicidad gratuita? En política, cuando los adversarios con alta carga negativa atacan, pueden generar un efecto contrario: empatía y solidaridad con el atacado. En tiempos de redes sociales la gente no siempre se alinea con la opinión de periodistas, youtubers y políticos de oposición. La conversación cotidiana va más allá, en los chats familiares, en los memes virales y en los videos de TikTok.

Porky no puede ser un político simpático, ni el más diplomático. Tiene un estilo confrontacional, su retórica de “prensa mermelera” despierta odios. Sin embargo, con este tema de los trenes ha sabido conectar con una necesidad real y concreta. Si el tren es una realidad, habrá ganado más que una batalla mediática: habrá dado un paso decisivo en su legitimidad política. Si fracasa, será un búmeran peligroso, como ocurrió con el tren eléctrico de Alan García en su primer gobierno.

Lo cierto es que nadie salió a protestar cuando Fujimori no apoyó las obras de ese tren. La gente no se moviliza por promesas truncas. Se moviliza por soluciones reales. Por eso, el ataque a los trenes de Porky podría ser, paradójicamente, su mejor jugada: lograr que la gente vuelva a hablar de política desde su experiencia y no desde la agenda de los políticos.