Charles Dickens, escritor británico nacido en 1812 señalaba que “…cada fracaso, enseña al hombre algo que necesita aprender”. El fracaso, según el diccionario de la lengua española, es el resultado “adverso” de un emprendimiento ó un suceso lastimoso o funesto. Pero ¿qué significa, realmente, “fracasar”? El que algo en la vida no salga como esperamos no significa que toda nuestra vida sea una ruina, más bien significa que aún no hemos triunfado en ese aspecto puntual. Los pequeños fracasos, los tropezones, los fallos, nos enseñan, nos hacen más resistentes, más fuertes, más sabios, más resilientes, y nos ofrecen la oportunidad de entender mejor las cosas que nos ocurren y aprovecharlas para mejorarlas sustancialmente. El fracaso nos enseña a no darnos por vencidos, a entender que lo importante es tener fortaleza para continuar, a pesar de todo. Sin embargo, uno de los mayores obstáculos que se tiene que enfrentar -abiertamente- para superar cualquier fracaso es el miedo, ese lacerante temor que puede paralizar a las personas y sumirlas en la inacción. ¿Y si todo sale mal? ¿Y si me equivoco? ¿Y si no soy capaz? ¿Y si vuelvo a fracasar? Son muchas de las preguntas que nos hacemos antes de arriesgarnos nuevamente.

Si bien cada ser humano tiene su propio ritmo para vivir, para emprender, para aprender, para entender y para actuar, es la “actitud” frente a los malos momentos y la determinación de volver a ponerse de pie, la que define a aquellos que lograrán el éxito. Finalmente, el fracaso solo existe cuando dejamos de esforzarnos y el único verdadero fracaso, es aquel del que no aprendemos nada. Todo lo que quieres alcanzar, está detrás de lo que te hace dudar y te causa temor. La “aquitifobia” o fobia al fracaso, ¡no debe ganar!