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Los estertores de la chalina tendrían que hacernos reflexionar sobre lo que ha significado la supuesta “izquierda moderna y socialdemócrata” que encarnó en su momento Susana Villarán. Ahora todos lo olvidan, pero ella y sus aliados se presentaron a la ciudadanía como los grandes renovadores del socialismo peruano, la cara nueva de la progresía nacional. La izquierda de Susana Villarán y los que ahora la niegan más de tres veces es un sujeto de análisis, de balance y liquidación.

Pues bien, el balance de la chalina es desastroso, una hecatombe sin paliativos. Vivimos, como dijo Rafael Belaunde, en un país sonámbulo, pero incluso así, la incapacidad manifiesta de la chalina ha sido más fuerte que la molicie de nuestra población. La esperanza que despertaron los verdes se ha trocado en una mueca de desencanto, en un chiste de Melcochita. ¿Qué espectáculo nos han dado los del clan de la chalina? Con la ayuda del gobierno de los Humala, disponiendo del tesoro público, recibiendo sobornos de Odebrecht, con cómplices en todos los medios de comunicación, contando con una coyuntura inmejorable, nos han dejado este bochornoso resultado: jamás la izquierda peruana dispuso de mayores medios y jamás hizo un ridículo de semejante calibre.

Pobre villaranismo. Lo interesante es que, a pesar de su incapacidad para la gestión, los villaranistas presentarán su debacle como la obra del demonio fujiaprista. Tal argumento cae por su propio peso, debido a la evidente corrupción de la alcaldesa. La victimización, que forma parte del ADN de la izquierda global, solo sirve mientras el electorado se encuentra contento (pan y circo), no cuando tienes que responder por los sobornos de Odebrecht.