Muy grave lo sucedido el sábado último en Colombia, en que el precandidato presidencial Miguel Uribe fue atacado a balazos por un sicario mientras participaba de una actividad proselitista en Bogotá, lo que se suma a lo ocurrido el 9 de agosto de 2023 en Ecuador, en que fue asesinado en Quito, también a tiros, el entonces aspirante presidencial Fernando Villavicencio.
No olvidemos que el 13 de julio de año pasado en Pensilvania, Donald Trump, quien en ese momento hacía campaña para llegar por segunda vez a la Casa Blanca, también fue objeto de un ataque armado del que se salvó de milagro al girar la cabeza y permitir que una bala que iba a la sien, lanzada por un francotirador, apenas le roce la oreja derecha.
Desde todo punto la vista, la violencia disfrazada de disputa o rivalidad política es inaceptable y merece ser condenada sin contemplaciones. Normalizar que las diferencias en un proceso democrático se “arreglen” a balazos, sería admitir que hemos entrado al reino de la barbarie y el salvajismo.
A poco de entrar en un proceso electoral en el Perú, donde van surgiendo posturas políticas e ideológicas antagónicas que despiertan adhesiones y rechazos marcados por pasiones, en el mal sentido del término, sumado todo a la presencia de intereses de mafias y economías ilegales, no podemos permitir este tipo de acciones, vengan de donde vengan ni vayan a quien vayan. Nuestro país no merece este tipo de situaciones que son impropias de la democracia y el mundo civilizado.