Hay que reconocer que lo de Susana Villarán es un caso extraño, único. Se trata del único roedor que se lanza de un barco que se hunde (la chalina) para irse nadando a otro barco que también se hunde (el humalismo Godiva). Está claro que ser de izquierda es abrazar un poco el masoquismo, pero el caso de Susana Villarán es de manual psicotrópico. Lo malo del asunto es que el masoquismo, cuando se extiende a la sociedad, deja de ser una perversión personal para transformarse en un mal social.

Eso es lo que ha sucedido con Susana Villarán, un personaje secundario, una revolucionaria de ficción, a lo más un accidente inimputable, pero que gracias a la acción de los garantes vio encumbrada su mediocridad para desgracia de Lima. No nos engañemos, los garantes salvaron a Villarán de la guillotina popular de la misma forma en que sembraron a los Humala en el juramento de San Marcos.

La prudencia política no es una virtud de los caviares ni de sus aliados los sacha-liberales lobistas que pontifican mientras ganan dinero curvando los límites del Derecho. Para ser exactos, sus apuestas políticas han sido terribles para el país. Las sentencias que profiere el Dalai Lama caviar, el Nobel Vargas Llosa y los ucases de la progresía son condenas de muerte para el Perú. Su instinto nos ha retrasado cinco años. Estos barcos que se hunden son falsos profetas incapaces de rectificar.