Las dos explosiones registradas por videos desde diversos ángulos en la ciudad de Beirut, la capital de Líbano, en Medio Oriente, sucedidas en la víspera, dominan la atención internacional. Sin información cabal sobre el origen, las especulaciones no se han hecho esperar.

Lo único que se sabe es que han perdido la vida un número indeterminado de personas que se cuentan desde 50 hasta centenares, y alrededor de 3000 serían los heridos. Israel -vecino del Líbano-, ha negado cualquier participación o responsabilidad y eso está bien en la medida que el gobierno de Beirut, considerando el complejísimo marco bilateral que mantiene con el de Israel desde la guerra que enfrentó a ambos países en 1982, lo primero que podría creer es que se trata de un atentado promovido por Tel Aviv.

También lo ha negado la milicia libanesa Hizbolá, otrora enemiga de Israel. En el 2002, durante mi estada de estudios en Israel, viajamos hasta la ciudad de Metula en la frontera norte con el Líbano donde cuatro años después, durante la guerra que los volvió a enfrentar (2006), la ciudad del norte de Israel, fue bombardeada por cerca de 120 cohetes lanzados por Hizbolá, que siempre ha apoyado a Palestina.

De hecho, gran parte de los refugiados palestinos que por los sucesivos referidos conflictos, pasaron por Jordania, terminaron en suelo libanés. Aunque algunos han querido asociar las explosiones con la inminente sentencia por la muerte por atentado del magnate y exprimer ministro Rafik Hariri (2005), nadie podría asegurar señalamientos de responsabilidad.

En efecto, nuestros análisis sobre lo que ha acontecido recientemente en este país árabe de más de 6 millones de habitantes, por ahora y al cierre de esta edición, tienen sus límites.