Para EE.UU. detener a China en su carrera económica planetaria, es un asunto asociado a la permanencia de su hegemonía en el poder mundial. Antes lo hizo bajándole la llanta a los chinos cuando Washington neutralizó a la transnacional Huawei, que abrió el capítulo de la denominada guerra comercial, que ni siquiera la pandemia del Covid-19 pudo aplacar. En esa ocasión EE.UU. y China emprendieron una de las expresiones de la represalia económica recíproca, jamás antes vista en las relaciones internacionales, en la denominada sociedad internacional de las pugnas que a algunos expertos en nuestra región no les gusta, prefiriendo referir más bien al mundo de las controversias, las tensiones y de los conflictos. Lo cierto es que EE.UU. tiene la consigna de detener a cualquier precio a China que sigue conquistando el mundo, valido de la ruta de la seda, que seguiré diciendo, se trata de la perfecta excusa por la cual Beijing quiere dominar la economía mundial. El gobierno de Joe Biden quiere golpear al de Xi Jinping en la idea de menoscabar a los chinos. El reciente acuerdo con el Reino Unido y Australia que busca materializar la presencia estadounidense en los espacios oceánicos, propio de la esfera de influencia de China, y también de Rusia, tiene el objetivo de irritar a China, dado que para este país la zona marítima del Mar Amarillo, es una de las más sensibles donde los chinos no dan tregua haciendo prevalecer su poder regional. Washington, eso sí, con ese reciente acuerdo tripartito para suministrar a Australia submarinos nucleares, en realidad lo que está buscando es provocar a China. En efecto, Biden apunta certeramente sobre China en un espacio geopolítico que es clave en sus pretensiones de influencia pero realmente no creo que el gigante asiático se distraiga pisando el palito. No lo ha hecho en los últimos 30 años en los que no existe registro de la participación activa de China en los conflictos que se han venido sucediendo en el mundo. Finalmente, China que quiere ganar el poder económico mundial, seguirá en la mira de EE.UU., que sabe de memoria de sus aspiraciones, buscando distracciones disuasivas y valiéndose de países satélites o periféricos o intermedios como Australia, que aparece como parte de las fichas de la Casa Blanca, una de ellas convertida en un canguro.