No se crea que ante la reciente revelación de un informe de inteligencia estadounidense, de que el príncipe heredero de Arabia Saudita, Mohammad bin Salman, sería responsable del asesinato del periodista Jamal Khashoggi en el consulado de ese país en Turquía, la relación entre EE.UU. y Riad, se va a enfriar o acabar. Una afirmación de ese calibre sería desconocer la naturaleza de las relaciones internacionales y la dinámica del poder mundial.

En efecto, ha llamado la atención que el presidente Joe Biden haya soltado al mundo la referida imputación. En realidad no hacerlo hubiera sido mantener en el imaginario de la opinión pública internacional, la idea cómplice de que Washington -desde la administración de Donald Trump- seguía haciéndose de la vista gorda.

Los Estados deben mantener un estatus no solamente determinado por su hegemonía sino, además, por su moral nacional, que en buena cuenta se traduce como la reputación del país en la comunidad planetaria. Si un país no sabe conducirse en forma equilibrada, pierde piso y peso en el mantenimiento de su influencia y desde luego, la confianza, que es base de la estrategia para lograr los objetivos geopolíticos, se debilita afectando los intereses del país.

En adición al asesinato de Khashoggi, las denuncias contra el régimen de Riad por violaciones de derechos humanos, ha venido afectando a la imagen del país y por supuesto, a la monarquía.

Creo que Biden es muy astuto al sacarle provecho a este caso pues le sirve de pretexto para neutralizar la ira de Arabia Saudita, que no vio con buenos ojos la suspensión del apoyo militar estadounidense en sus planes sobre Yemen, el país más pobre de la península arábiga, que Irán pretende controlar. EE.UU. no va a desamparar a Riad, su mayor proveedor de petróleo en el planeta, y menos conociendo que Teherán, que por partida doble, es al tiempo que la mayor amenaza chiita en el Medio Oriente contra el mayor país sunita de esa región (Arabia Saudita), es el mayor problema militar para Israel al que amenaza todo el tiempo, pues no es un secreto tampoco que Irán, sospechoso del reciente ataque de un carguero israelí en el movido Golfo de Omán, considera a Israel su mayor enemigo, profesando su desaparición como Estado.