Un jefe de Estado siempre es un actor relevante de las Relaciones Internacionales, la ciencia que estudia los fenómenos políticos y del poder en el sistema internacional.

Lo que haga, diga o le pase, siempre llamará la atención de todos, o generará un impacto político, social, etc., sea positivo (El papa Francisco llevó consigo a Roma a una familia siria que se hallaba en un campamento de refugiados en Turquía) o negativo (la foto que se tomó el entonces rey de España Juan Carlos I, en el marco de un safari en África que indignó a los españoles, precipitando luego su renuncia).

¿La razón?. A diferencia de los ricos o famosos, que también acaparan la atención, los mandatarios concentran el poder político, el más importante en el destino de un pueblo, por eso siempre serán noticia nacional o internacional. De allí que Jair Bolsonaro, presidente de Brasil, no es cualquier enfermo de Covid-19 entre los más de 1,6 millones de contagiados que se cuentan en el gigante sudamericano de más de 212 millones de habitantes.

Jamás hubiera podido pasar desapercibido y por eso él mismo lo ha anunciado. Los mandatarios, quieran o no, se constituyen en referentes y ejemplos para sus ciudadanos -cuando se fue forjando el Estado a través de la historia, los monarcas lo fueron para sus súbditos-, por eso están obligados a mantener una conducta impoluta para garantizar la mejor gobernanza intraestatal, el equilibrio y la legitimación.

El problema yace cuando el gobernante pierde credibilidad y la gente ya no le cree o no tiene autoridad para enfrentar a los estragos de una crisis. Bolsonaro ha sido reacio en afrontar la pandemia a la que ninguneó. Con Covid-19 ¿podrá liderar el enorme trecho que sigue al país sudamericano más golpeado por la pandemia?. Veremos.