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La reciente conversación telefónica entre el flamante presidente de Brasil, Jair Bolsonaro, y el de Colombia, Iván Duque, cuyo tema central habría sido Nicolás Maduro, no constituye, a mi juicio, ningún propósito conspirativo como habrían discurrido por las redes los seguidores del dictador venezolano. Lo voy a explicar. Por alguna razón, el flamante jefe de Estado del gigante sudamericano decidió no invitar para su asunción de mando al presidente chavista. Bolsonaro fue consecuente con su discurso democrático y de defensa del Estado de Derecho pregonado durante la campaña electoral, y recientemente reiterado en su discurso de inauguración del mandato.

El presidente ultraconservador conoce muy bien acerca del impacto y consecuencias que produjo la alianza entre el chavismo y el Partido de los Trabajadores durante los 12 años que la izquierda brasileña gobernó el país (mandatos de Lula y Rousseff), determinado por el populismo y el asistencialismo que fueron verdaderas bombas de tiempo, que llevaron a Brasil a una grave crisis económica con una desaceleración imparable. Por su lado, para el derechista colombiano Iván Duque no es ajena la malísima relación bilateral que mantuvieron sus predecesores Juan Manuel Santos y Álvaro Uribe, primero con el difunto Hugo Chávez y luego con el propio Maduro. Está claro, entonces, que entre Colombia y Venezuela no hubo química gubernamental y, como van las cosas, parece que todo seguirá así. Brasil y Colombia, además, han sido afectados por la crisis del frente interno llanero, debido a la migración de sus ciudadanos hacia ambos países y otros de la región, como Perú. En este contexto, las elucubraciones de Maduro de que todos quieren acabar con él no se han detenido y contribuye a su febril imaginación las buenas relaciones que sus vecinos mantienen con EE.UU., sobre todo, cuando en los