La presidenta Dina Boluarte no ocultó su desazón tras la negativa del Congreso a autorizar su viaje al Vaticano para asistir a los funerales del papa Francisco. Más aún, aprovechó la ocasión para remarcar que en el extranjero recibe felicitaciones por la supuesta consolidación económica del país y el crecimiento en sectores como el trabajo y el turismo. Tal vez por eso su incomodidad: perdió la oportunidad de cosechar aplausos, aunque vinieran de voces que poco conocen la realidad que atraviesa el Perú.

Y es que, si somos sinceros, el viaje a Roma parecía tener menos que ver con el homenaje a un líder espiritual y mucho más con la búsqueda de protagonismo internacional. No se trataba de acompañar con recogimiento el último adiós al pontífice que predicó con el ejemplo la humildad y el servicio. Se trataba, más bien, de pararse en la vitrina global, posar junto a mandatarios y líderes mundiales, y mejorar su imagen .

Es evidente que el propósito de Dina no era honrar la memoria del papa, sino proyectarse. Porque si algo dejó claro Francisco a lo largo de su vida fue su rechazo a los privilegios, la ostentación y el poder como fin en sí mismo. Convertir su despedida en un escenario de visibilidad política va en la dirección opuesta a lo que él representó.

El papa Francisco nos deja un legado de sencillez y compromiso con los más vulnerables. En lugar de buscar cámaras para rendirle homenaje, haríamos mejor en intentar, al menos, replicar algo de su ejemplo.