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Luego de meses de intriga y especulaciones sobre las astronómicas cifras que Real Madrid y Manchester United estaban dispuestos a desembolsar por el fichaje de la nueva joya francesa, Paul Pogba, los ánimos parecen haberse disuelto luego de una Eurocopa en la que el pivote de la Juventus no demostró todo lo que en la previa se hablaba de él. Para nadie es un secreto que el espigado volante es talento puro y que su proyección es inmensa, pero de ahí a hablar de una de las transacciones más caras del mundo es ya mucho decir.

El frustrado fichaje bomba de Pogba solo confirma la desesperación del mercado por encontrar nuevos diamantes. En una época donde el Barcelona y el Real Madrid han monopolizado a las grandes estrellas del deporte rey, urge la aparición de nuevos jugadores por los cuales los grandes clubes paguen cifras obscenas. Fichajes mediáticos y pomposos que configuran un síntoma inequívoco de la buena salud de la industria futbolística.

Para el mercado de fichajes, el reinado de Messi y Cristiano Ronaldo está durando demasiado. Sus números aventajan por mucho al resto de jugadores y esto complica la creación mediática de nuevos “genios” en el escenario actual. Neymar, Gareth Bale, Luis Suárez, Ángel di María e incluso James Rodríguez fueron los últimos caprichos del mercado. Compras exorbitantes, pero respaldadas en talento comprobado.

Pero las grandes estrellas no caen de los árboles y la industria futbolística no tiene tiempo para esperar el nacimiento de nuevos genios. Prueba de ello son transacciones donde se pagan sumas desmedidas por jugadores no consolidados y más cercanos al rubro de “promesas”. Anthony Martial (80 millones de euros), Kevin de Bruyne (75) y Raheem Sterling (68) son los ejemplos más llamativos en este rubro. Grandes jugadores que fueron sobredimensionados y comprados a precio de superestrellas.

En algunos casos, sin embargo, termina prevaleciendo el sentido común. Ni Eden Hazard vale 140 millones de euros ni Paul Pogba los 120 que la Juventus pide. En un contexto como el actual, en el que los mejores jugadores pertenecen a clubes superpoderosos que los consideran intransferibles, no parece extraño que mercado infle jugadores para asegurar que los millones sigan circulando. Lamentablemente para la industria, los grandes futbolistas todavía no se diseñan en laboratorios. El fútbol es honesto y puede rápidamente separar lo genuinamente genial de lo artificialmente creado. Siempre se podrán inflar cifras en nombre del negocio, pero crear fenómenos donde apenas hay buenos jugadores nunca saldrá a cuenta.