En la gran guerra cultural que padecemos desde hace décadas, una de las batallas más importantes es la de la penetración ideológica a través de la cooperación. La supuesta solidaridad de los Estados, en un orden mundial regido por la real politik, siempre tiene una intención. Un objetivo político, una estrategia subyacente. La cooperación interestatal poco tiene que ver con la caridad cristiana. Estos buscan una ganancia, los otros aspiran a dar hasta el sacrificio. Siendo así la realidad de los Estados, conviene examinar quién nos envía dinero y para qué. No vaya a ser que se trate de un presente griego, de un Caballo de Troya cuyo único fin es incendiar nuestro país.

El escándalo de la burocracia de USAID ha destapado el Caballo de Troya del pensamiento que se esconde detrás de mucha cooperación internacional. Se trata de una ideología particularmente disolvente, nociva, destructora de las instituciones y de la propia comunidad política. Conocemos a fondo los límites del liberalismo pero la ideología woke es mucho peor porque avanza un paso más hacia el abismo. Tratándose de una gnosis encubierta, regenerando una vieja herejía, la ideología de la cooperación internacional pretende establecer una dictadura de lo políticamente correcto, relativista para lo que le conviene, dictatorial para lo que se le opone.

Se puede engañar a mucha gente durante mucho tiempo. Pero es imposible engañar a todo el mundo para siempre. El móvil oculto de la ideología de contrabando emerge cuando se rasca la superficie. Lenin decía: “los burgueses nos van a vender la soga con la que los vamos a ahorcar”. Lo mismo sucede con los Estados que aceptan dinero ideologizado sin control. Insensatos. No entienden que cavan la tumba de su propia perdición.