Frente a cualquier acontecimiento que amenace con alterar la estabilidad de las políticas económicas, es mejor tener la cabeza fría. Mantener la calma, tomar decisiones racionales y objetivas, libres de miedos o apasionamientos. De lo contrario, podríamos optar por caminos que vayan en contra del interés público y de la sociedad en su conjunto. En los últimos meses, en el marco de la guerra comercial entre EE. UU. y China, algunos funcionarios del gobierno de Trump han hecho declaraciones sobre la influencia de China en América Latina. Cuestionan la actividad público-privada del gigante asiático y su participación en la región en sectores estratégicos como infraestructura y energía. Recientemente, se habría lanzado una advertencia al Perú, señalando que China representa una amenaza para la paz y la seguridad de la región. Así, el gobierno norteamericano estaría buscando aliados en su objetivo de recuperar la hegemonía global que en algún momento tuvo, sin considerar las repercusiones sobre los países a los que considera socios estratégicos. Colocar en una encrucijada a los países de la región no tiene sentido. En el caso del Perú, EE. UU. y China son sus principales socios comerciales. El gigante asiático es el destino del 34% de nuestros envíos al mundo. Tiene inversiones acumuladas en nuestro país por más de US$ 31,000 millones, principalmente en minería, energía e infraestructura. El Perú no está en condiciones de escoger entre uno u otro. El dinamismo de nuestra economía depende, en gran medida, de la inversión privada, local y extranjera, venga de quien venga, siempre que se respeten las reglas de juego.