A pocos días de comenzar el nuevo año, la campaña electoral para las elecciones presidenciales no debería tardar en iniciarse. Más allá del mandato constitucional para su convocatoria por el ejecutivo (artículo 118.5 CP), es esencial que los candidatos y sus propuestas se presenten pronto. Esta primera experiencia de comicios con numerosos aspirantes al gobierno requiere que conozcamos, reflexionemos y evaluemos quiénes captan mayores simpatías, afinidad con sus ideas, cuadros de profesionales sólidos, trayectoria y conocimiento. Sin embargo, nuestras campañas electorales han evolucionado hacia un proceso de organización de masas que, a menudo, pierde el control, debilitando a algunos candidatos, fragmentando la decisión de voto y favoreciendo a otros más radicales que, al final, determinarán el futuro del país.
El desafío principal será mantener la atención del electorado durante la campaña. Esta tarea se complica con tantos postulantes y propuestas diversas, algunas de las cuales desafían el sentido común. La experiencia muestra que la primera vuelta tiene una vibra emocional, y la cantidad de candidatos impedirá que alguno alcance más del cincuenta por ciento para ser el virtual ganador. En cambio, la segunda vuelta ha dejado de ser el voto de la razón, convirtiéndose en una campaña breve pero intensa, marcada por el fomento de miedos, la descalificación del adversario y un desequilibrio informativo. Las reformas electorales han sido muy permisivas, permitiendo procesos con múltiples candidatos y debates televisivos con muchos aspirantes a la presidencia, cada uno con solo cinco minutos para explicar sus propuestas en economía, educación, salud, infraestructura y seguridad.