Destruida la autoridad, liquidada políticamente la auctoritas, solo queda la lucha de todos contra todos y así el hombre se convierte en un lobo para el hombre (homo homini lupus). Esto sucede, particularmente, cuando se derrumba el Estado de Derecho. Para destruir el Derecho, lo saben sus enemigos, para eliminar el Derecho es preciso subvertirlo, deformarlo, pervertir sus principios más sagrados, sus principios naturales. La caída esencial del Derecho positivo equivale a la eliminación de los principios del derecho natural.
Todo jurista sabe que ante el vacío los principios deben sostener el sistema. Pero sin principios se impone el voluntarismo político o el tecnicismo inmediatista. Esto ha sucedido reiteradamente en el Perú durante los últimos años, desde que un sector perverso, pequeño pero bien organizado, intentó curvar la realidad defendiendo golpes de Estado bajo el disfraz de la “denegación fáctica”. Semejante bodrio político se hizo pasar por doctrina jurídica y no faltaron los falsos profetas del derecho con minúsculas que corrieron a defender la nueva herejía concebida por los viejos heresiarcas de siempre.
Este escenario de violencia perpetua prepara el advenimiento de un poder que será reclamado por la amplia mayoría del pueblo. Sí, ya viene, vendrá indefectiblemente, más temprano que tarde, un Leviatán, un Behemoth, el cirujano de hierro que en la hora de la espada proponga el evangelio del orden y el progreso, la buena nueva de la unidad sobre el sectarismo. Y triunfará porque los peruanos estamos cansados de las peleas absurdas, de los gritos tragicómicos, de la triste procesión de las larvas grises, de esa maldita mediocridad congénita que nos ha hundido en la irrelevancia y la indefensión.