La tríada del mal había construido un escenario ideal, donde quebrantarían impunemente el orden constitucional y restructurarían el sistema sin objeciones ni oposiciones, pero la eficacísima intervención del Congreso de la República, impidió que esta tríada disolviera el Congreso y violara nuestro pacto constitucional. La Fiscalía de la Nación sostiene que los exministros Aníbal Torres y Betssy Chávez tuvieron injerencia en la redacción del discurso de disolución del Congreso, pronunciado por Pedro Castillo. El incendiario incorregible Aníbal Torres, a quien las alteraciones morbosas de sus facultades mentales, le impiden ver la criminalidad de sus actos, fue una pieza clave en la elaboración del discurso. Él, que tiene una imagen distorsionada de sí mismo quizás como consecuencia de una torcida lectura de Nietzsche, cree ser la manifestación carnal de estar “más allá del bien y del mal”. Torres, nuevo símbolo del socialismo ilustrado del Perú, construyó un discurso contradiciendo las normas constitucionales, que revelan no, un desconocimiento de la Constitución, sino un abierto desprecio hacia la misma. Castillo, dueño de una notable aridez verbal, hombre sin ideas y vasallo de Torres, se limitó a leer quizás sin entender. Y Chávez, movida por una intensidad anormal, terminó siendo víctima de Torres, hombre de lengua ponzoñosa. Ella quería liderar una revolución social, pero acabó siendo devorada por el deseo ilimitado de poder, el mismo que la condujo a la infamia. Si viviera el dramaturgo Moliere, daría vida teatral al tridente Castillo-Torres-Chávez. Estos políticos -a quienes conviene mirar su lado cómico- son ya indisociables de la tragicomedia que vivió el Perú.