¡El hambre pudo más que el dolor! Esta frase se encuentra en uno de los cantos del Infierno de la Divina Comedia de Dante Alighieri. Cuenta la historia, que uno de los contemporáneos de Dante, el comandante Ugolino de Pisa, fue traicionado por el obispo Ruggieri y por obra macabra del obispo; injustamente encarcelado en compañía de sus hijos. La inmerecida pena de encarcelamiento tuvo un ingrediente particular aún más atroz: La privación de alimentos. Ugolino y sus hijos se vieron impedidos de ingerir alimentos durante un tiempo prolongado. Jorge Luis Borges, en sus Nueve Ensayos Dantescos (1982) comenta los versos de la Divina Comedia: “Al pasar las lunas, Ugolino, se muerde las manos. Los hijos creen que lo hace por hambre y le ofrecen su carne. Ugolino los ve morir y entonces ¡el hambre pudo más que el dolor! Se fantasea que Ugolino acabó por alimentarse de la carne de sus hijos”. El exjefe presidencial y transgresor de la ley constitucional, Pedro Castillo, al igual que Ugolino, es un devorador inquieto. Castillo, no pudo resistir más la huelga de hambre autoimpuesta. No pudo permanecer en la quietud del que ayuna, de aquel que suspende voluntariamente la alimentación. ¡El hambre pudo más que la dignidad! Si perseveraba y mostraba signos de fiera determinación, Castillo pudo haberse ganado el respeto de los peruanos, pero su carácter es débil y discontinuo. La medida de resistencia, autorizada por su estratega legal Guido Croxatto -hombre ideologizado hasta la médula-, fue para hacer notar que el juicio está viciado desde el origen ya que Castillo, según Croxatto –como mencionó en la entrevista que concedió la semana pasada a César Hildebrandt–, nunca dio un golpe de Estado.