China, el gigante asiático, pero también la milenaria cultura oriental, no puede abstraerse de que el mundo le recuerde el pedido de que sea democrática. Ayer, en el Victoria Park de Hong Kong, como todos los años, han sido los jóvenes y con ellos los viejos e incansables partidarios de la democracia, que sumarían alrededor de 135,000 personas, los que han salido a las calles para levantar su voz requiriendo la necesidad de que el país permita el acceso de elegir y ser elegido y lo han hecho teniendo como marco el 26° aniversario de los sucesos en la Plaza de Tiananmen donde el poder de la represión comunista encargó al Ejército Popular chino en 1989 masacrar a los estudiantes universitarios allí congregados, en plena agonía del comunismo y de la Guerra Fría. China, como más de 1360 millones de habitantes, ha venido manteniendo un régimen con un partido único de gobierno que concentra el poder nacional que hacia el exterior ha mostrado un importante desarrollo económico con la aplicación de métodos propios de una economía de mercado -es la primera potencia económica mundial por PIB en términos de paridad de poder adquisitivo-, y que hacia adentro sigue mostrando las características de una sociedad calificada de esclavista. Un ejemplo claro es que mientras únicamente en Hong Kong, donde se ha mantenido la fórmula “un país dos sistemas”, las celebraciones en recuerdo de los cruentos episodios de 1989 no han podido ser impedidas -la Revolución de los Paraguas de 2014 fue determinante en ese temperamento social reivindicatorio-, en la China continental las manifestaciones están prohibidas y la censura en internet es extrema. Junto a lo anterior, persisten las denuncias por violación de derechos humanos en el país y el gobierno central de Xi Jinping, lo sabe. Por sus actuales duras condiciones intraestatales, la democracia sigue siendo una utopía.