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La estupenda biografía Robespierre. La virtud del monstruo, escrita por el catedrático español Demetrio Castro, nos deja varias lecciones políticas e históricas, una de las principales, a mi parecer, radica en la construcción del discurso revolucionario. Los jacobinos fueron hábiles al explotar la polarización entre la aristocracia y el pueblo con el fin de lograr sus objetivos políticos. Mientras el pueblo era virtuoso, la aristocracia era viciosa. Allí donde el pueblo ejercía justicia soberana, la aristocracia solo era capaz de espasmos vengativos. Este maniqueísmo funcionó durante la Revolución Francesa y fue un elemento utilizado por los radicales jacobinos para sepultar a la clase dirigente del Antiguo Régimen.

Con todo, sorprende la profunda ingenuidad política de la aristocracia del Antiguo Régimen. Todos sus intentos son dignos de un poema de Cavafis: son esfuerzos desventurados, condenados al fracaso. Solo queda elucubrar sobre las razones de semejante hundimiento, pero me atrevo a sostener la hipótesis de que una parte de esa clase dirigente, en su fatuidad, creyó posible contemporizar con los sans-culottes, pensando obtusamente en algún tipo de entendimiento. En un clima de equilibrio estratégico es posible llegar a entendimientos civilizados. Pero en medio de la revolución, o guillotinas o eres guillotinado. La debilidad solo atrae a las turbas, y eso el movimiento jacobino lo interpretó bien desde el primer momento.

Hace falta un análisis objetivo sobre el carácter de nuestra clase dirigente de cara al Bicentenario. Hay que actualizar el diagnóstico de los arielistas. Por ahora, ni siquiera hay espasmos vengativos. A lo mucho la élite peruana produce muecas de ingenuidad, escenas de sorpresa o pensamientos diletantes y teóricos. Y luego nos preguntamos por qué arde el país.