En la Edad Media infectada por la implacable peste se decía que algunas vidas no importan. Cuando importen, todas importarán, no habrá vidas descartables, explotables hasta la muerte. En esta pandemia la humanidad está yendo más allá del racismo asesino, los más pobres y vulnerables sufren muerte prematura. Acciones y omisiones de Gobiernos determinan que la economía sea atendida antes que la salud y que surja la nefasta discriminación por género, edad o clase. Pero también surgirá la exigencia de reparaciones sin las cuales no habrá justicia, ni igualdad, ni humanidad plena. No olvidamos a Celia reclamando atención para su esposo agonizante ni el  !No puedo respirar!, desgarrador símbolo de la indefensión. Hay mucho dolor, tristeza, angustia por los miles de peruanos perdidos pero también mucha indignación y demasiados rencores no procesados por la población, hoy más ofendida que nunca por el discurso de Martín Vizcarra, triunfalista, autocomplaciente, sin errores en medio de la catástrofe sanitaria y económica más grave que hayamos vivido.

Casi en simultáneo conocimos el pequeño error contable, no son 13 mil sino 46 mil muertos. Y la cereza del pastel, irregularidades en la compra de tablets para los escolares más pobres. Tuvimos un 28 de mentiras y manipulación y un 29 de duras verdades. La indignación recorre el mundo en busca de culpables. Cientos de demandas exigen cuentas. En España las Víctimas del COVID-19 denunciaron al Gobierno ante la Corte Penal Internacional “por genocidio de 50.000 personas”. En Francia, Italia, Estados Unidos o Austria las serenatas en los balcones, los aplausos ante la adversidad desaparecieron. En el Perú hay indignación por el maltrato a médicos, personal de salud y policías. Los médicos enfrentan al monstruo desprotegidos y desabastecidos. Y las acciones legales podrían prosperar si se prueba que los implicados estaban en condiciones de reaccionar antes y mejor y no lo hicieron. La ira personal, económica o política, avanza.   

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