Las críticas a la decisión de Martín Vizcarra de disolver el Congreso las vemos, oímos y leemos en todas las plataformas y medios, todos los días. Y eso está muy bien. El debate es tal respecto de si actuó o no dentro del marco de la legalidad, que hay división de opinión no solo en el país, sino incluso en el extranjero, como bien lo pueden acreditar las publicaciones de distintos medios internacionales.

Por ello no deja de sorprender la narrativa que quiere imponer un sector que repite, como un mantra, que estamos ante un golpe comunista y chavista. Y sorprende, sobre todo, porque son incluso analistas políticos y políticos quienes lo arguyen. Es como si la ignorancia en temas tan centrales como las ideas políticas hubiese invadido al país. No es posible que el representante de un partido importante, o un estudioso de la política, repitan tamañas sandeces como que Vizcarra está gobernando con el manual del comunismo como biblia. Y lo dicen de modo amplificado. Si no es ignorancia, estamos ante una estrategia basada en infundios. Una evidencia más de desesperación en ciertos sectores.

Vizcarra puede ser un presidente con pocos logros -en cuestión de números y obras tangibles- que exhibir, criticable por aspectos referentes a su gestión. Puede incluso no haber actuado dentro del marco de la ley con su polémica disolución (eso lo deberá decantar el Tribunal Constitucional). Pero no es un izquierdista extremo, no sigue a Mao ni le interesa hacer la revolución comunista para implantar la dictadura del proletariado. A lo mejor lo podemos catalogar de populista, pero el populismo también puede ser de derecha.

Hay gente preocupada en imponer una narrativa ficticia para combatir a Vizcarra. ¿Para qué? ¿Acaso no es posible pelear dentro de la verdad y la ley?