La tragedia y destrucción que nos deja a su paso el llamado “ciclón Yaku” deja muy en claro que esta vez el problema no han sido la falta de recursos, sino las deficiencias en la gestión en los tres niveles de gobierno que no han sabido destinar los recursos existentes a lo más elemental: proteger la vida y las pertenencias de los ciudadanos.

Ayer en Correo Lima hemos publicado un informe de la Defensoría del Pueblo, en el sentido de que en los tres primeros meses del año se ha usado menos del siete por ciento en obras y acciones para mitigar daños, a pesar que desde meses atrás se sabía que habría lluvias y desbordes.

Queda claro que no hay cultura de prevención y que lamentablemente, estamos acostumbrados a llorar sobre la leche derramada. Si con el Niño Costero de 2017 no aprendimos la lección, difícil saber qué más nos podría hacer recapacitar como país, y trabajar desde ahora para el siguiente evento climático que sin duda, repetimos, sin duda, se dará en tres, cuatro o cinco años.

¿De qué vale inaugurar plazuelas, pistas y veredas, si no se trabaja para evitar que las aguas destruyan todo esto, maten a la gente y se lleven sus pocas propiedades?