Uno de esos defectos tan hondamente arraigados en nuestra clase política dirigente, es la creencia de que, por el hecho de haber conquistado el poder político y administrar temporalmente un cargo público, superan a los demás en sabiduría, talento y conocimiento, y que no deben escuchar, sino solamente ser escuchados. Con “decorosa firmeza” les advertimos a los políticos que tienden a sobredimensionar sus capacidades, y confiar excesivamente en sí mismos que, ¡no se acrecienta la inteligencia de un presidente, ministro o parlamentario, solo por ocupar un lugar preponderante en la política! Las ideas no alcanzan la mayor plenitud posible ni mayores grados de elevación, solo por poseer el poder y conducir políticamente a una nación. Los políticos que, creen ciegamente que su entendimiento es el más esclarecido y que sus conductas son irreprochables, deberán examinarse a sí mismos y escudriñarse con esmero, para descubrir sus limitaciones y especialmente su falibilidad. De esta manera, buscarán consejeros y personas de inteligencia penetrante, que orientarán sus decisiones con mejor criterio. Baltasar Gracián, escritor español del Siglo de Oro, publicó en 1647, trescientos aforismos o sentencias breves con una clara finalidad didáctica, bajo el título Oráculo manual y arte de la prudencia. Aunque el autor no está pensando en los políticos, la vinculación resulta inevitable. Con su particular estilo, escribe en uno de sus aforismos: “Saber, o escuchar a quien sabe, que sin entendimiento no se puede vivir. No disminuye la grandeza ni contradice a la capacidad el aconsejarse. Con esto, aunque son raros los oráculos de cordura, viven ociosos, porque nadie los consulta”.