Las palabras exactas del presidente Francisco Sagasti sobre la compra de vacunas al laboratorio chino Sinopharm el miércoles 6 de enero fueron: “Puedo anunciarles que hemos concretado la compra del primer lote de la esperada vacuna contra la pandemia.

En el marco de un acuerdo con el laboratorio Sinopharm de China para comprar 38 millones de dosis, acabamos de suscribir un acuerdo de compra y carta de compromiso para recibir un primer envío de un millón de dosis que llegará durante el mes de enero”.

Si es que esas expresiones las entendimos como lo que son, el más castizo castellano y no un cuento chino, todos asumimos que estaba oleado y sacramentado el esperado contrato destinado a iniciar el fin del vía crucis de una sociedad harta de la inacción de sus autoridades, de sus idas y vueltas, de sus bochornosas carencias de gestión.

Se hizo la luz, dijeron en el norte y el sur, en la sierra lluviosa y en el caluroso oriente, nos paramos, aplaudimos, vitoreamos, consideramos sacrílego comparar la podredumbre de Vizcarra con los reflejos gatunos de Sagasti.

Por eso, muchos no comprendimos, tres días después, qué hacía la canciller Elizabeth Astete diciendo esto en RPP: “Me gustaría clarificar muy bien el tema: este avance está enmarcado en una negociación más amplia por 38 millones de vacunas, o sea, quedan 37 millones más que todavía no ha sido firmado. Ese acuerdo final, completo, del total de las vacunas, estamos en la etapa final, hemos avanzado muchísimo”. ¿What? ¿Qué pasó, presidente? ¿Se compraron o no se compraron las 37 millones de vacunas? ¿Se cerró o no el contrato?¿A qué juego maquiavélico y ruin estamos jugando en medio de esta pavorosa pandemia? ¿A ver quién llega primero a las camas UCI? ¿A la fábula de las versiones aclaradas? ¿A yo digo algo y tú después lo corriges? ¿Se condice su seriedad, sus formas señoriales, su voz engolada y su buen hablar con estas vulgares contradicciones?

Es posible que el contrato entre el gobierno con Sinopharm se llegue a cerrar, pero lo que se va a quedar abierta es la sensación de que estamos ante otra gestión de improvisados, ante los nuevos cabecillas de la desorientación y que tras cambiar mocos por babas la ineptitud sigue siendo el sello indeleble de Palacio de Gobierno.