“No somos chavistas”, ha repetido el presidente Pedro Castillo en cuanto foro haya tenido oportunidad de participar, como hace poco en Estados Unidos. Lo paradójico es que inmediatamente se reúne en secreto con el dictador Nicolás Maduro, dando muestras de su cercanía con el venezolano. “Respetaremos la inversión privada”, le dijo a los empresarios estadounidenses. “Lograremos una gestión macroeconómica sólida”, le promete al presidente del Banco Mundial. Sin embargo, insiste con una nueva Constitución en la que se cambiará el modelo económico. “Reafirmo mi democracia”, enfatiza ante la ONU, pero su partido Perú Libre promueve un proyecto con la intención de controlar el contenido de los medios de comunicación, algo que atenta directamente contra la democracia.
Es evidente que hay una gran contradicción entre el discurso del Jefe de Estado y sus actos. El único resultado a tamaña incoherencia es su alejamiento de la aspiración de la mayoría de peruanos, que desea estabilidad y gobernabilidad para que mejore nuestra economía cuanto antes. Una cosa es que Pedro Castillo no sepa construir un país mejor porque no está preparado para ello y otra que su visión sea tan obtusa que no lo deje ver el camino para salir adelante.