Todo acto de gobierno es un acto de coordinación. Todo hecho de gobierno es un acto de unidad. Coordinar es buscar puntos de concordia, de síntesis, de diálogo. El posibilismo es capaz de construir de manera realista, avanza sobre terreno coherente, edifica y deja un legado. La unidad no es una utopía, es un imperativo. Lograr grandes consensos es el primer paso para tener políticas de Estado de amplio calado y largo alcance.

Dialogar solo tiene sentido si existe la intención de pactar. El pacto posibilista siempre tiene que estar en la mente del político. En realidad, el auténtico político aspira a gobernar sobre amplios consensos, no a dividir. La mente sectaria es profundamente anti-política. El sectarismo es propio de todos los heresiarcas y son ellos los responsables históricos de toda debacle, de toda división. Si algo nos enseña la historia es que las facciones tienen que entenderse para lograr un mínimo de gobernabilidad. Si no se entienden, perecen en el Maelstrom de la política diaria. El pueblo no perdona el sectarismo y ahora a los heresiarcas.

Pienso en esto que nos acaba de pasar con el aeropuerto. Todo ha sido un problema de coordinación. El aislacionismo es letal para las políticas públicas. Vivir como si nadie más existiera, como si el ceteris paribus de los modelos fuera real y no una ficción, es un error peligroso, un fallo terrible cuando se traslada a la gestión pública. Los planes deben ser coordinados y los problemas deben responderse con unidad en la gestión. La verdadera gestión pública implica una toma de decisiones corporativa, una toma de decisiones coherente con la realidad. La realidad no es ni optimista ni pesimista. Es solo la realidad. Y la nuestra necesita soluciones, no promesas sin sentido.