El periodista norteamericano Walter Lippman dijo alguna vez que donde todos piensan igual, nadie piensa mucho, y es que no hay nada como la incomodidad intelectual, el contraste de ideas y posiciones, como el verdadero detonante y desafiante para lograr la innovación en todos los aspectos de la vida. Las dinámicas grupales revelan, según distintas investigaciones disponibles, que una buena o excesiva “química” entre los participantes, puede llevarnos al fenómeno de la teoría del “pensamiento grupal”, un fenómeno desarrollado por el psicólogo Janis Irving que se refiere a la tendencia de grupos de personas a tomar decisiones irracionales o de baja calidad debido a la presión social, a la conformidad o a la falsa ilusión de unanimidad. Así, el deseo de armonía se impone y reemplaza al pensamiento crítico. Cuando los miembros de un comité o directorio se sienten demasiado “cómodos “, es momento de comenzar a cuestionar o desafiar esa comodidad, pues puede generarse una suerte de falta de análisis crítico en el que prime la “buena relación” por sobre el cuestionamiento de opiniones y las decisiones terminen volviéndose superficiales en lugar de explorar a profundidad las diferencias. La tensión positiva resulta entonces, un factor relevante que puede desencadenar el éxito.
Hace poco, me tocó liderar la elección de los miembros de un Comité organizador para un evento empresarial importante. Elegir a ocho participantes claves resultó un verdadero desafío, pues mi intención era contar con personalidades distintas que pudieran ser capaces de desafiar los planteamientos ajenos con vigorosos argumentos, ofreciéndonos diversidad de perspectivas, diferentes puntos de vista y lograr finalmente un debate sano, sin descalificaciones, que nos condujera a armar un programa y por ende un evento potente y con trascendencia real. Ha sido toda una experiencia lograr afianzar a un grupo de excelentes profesionales poseedores de diversas personalidades, talantes e intensidad personal, para lograr un resultado tan alentador. Creo que, si hubiera elegido a otros participantes, bajo el principio de que todos se sintieran cómodos y pensaran igual, nadie hubiera pensado mucho y tal vez no habría logrado la riqueza y productividad de la que hoy me alegro tanto y que me confirma la teoría del psicólogo Janis Irving, del “pensamiento grupal”.