El ser humano es naturalmente social, dotado de intelecto, palabra e inclinado a la vida comunitaria. Los que se apartan de la comunidad política y de la interacción social permanente, o son misántropos (aborrecen a los hombres y viven apartados) o se consagran a la vida contemplativa como los monjes (restringiendo el contacto y limitando la palabra). El resto de las personas, no reprimimos esta “sociabilidad natural” y actuamos en una comunidad políticamente organizada, enfrentando las complicaciones de la convivencia social y preocupándonos por los nuevos acontecimientos políticos que pueden ser favorables o desfavorables para la organización social. Entonces, como tenemos sagrados deberes con el prójimo, y sabemos que la elección de un mal gobernante repercute de manera directa en el modelo de organización política, es por eso que nos preocupamos por quiénes serán los que administren temporalmente los asuntos públicos y dirijan la vida social, económica y política de la sociedad. El sociólogo Zigmunt Bauman analiza el problema de la “creciente apatía política” en su libro En busca de la política (1999). Dirá el autor, que “algunos han llegado a formular el criterio de la insignificancia de la política, y que si se desea descubrir el origen de la creciente apatía política no es necesario buscar más allá, pues es esta política la que premia y promueve el conformismo”. Bauman entiende que el creciente desinterés por la política tiene como responsable a los mismos políticos que son incapaces de proporcionarnos un contexto normativo, social, económico y político favorable y que, por el contrario, nos ofrecen “incertidumbre”, “inseguridad” y “desprotección”.