El país atraviesa un momento crítico, marcado por la desconfianza y el desencanto ciudadano. La mayoría de peruanos se siente defraudada por aquellos congresistas que prometieron representar sus demandas, pero que en la práctica solo han velado por sus propios intereses. Hoy, el Parlamento es una de las instituciones más desprestigiadas del país, con una imagen hundida en el descrédito. Sin embargo, sus integrantes parecen vivir en una realidad paralela, convencidos de que han hecho un buen trabajo.

La muestra más clara de esa desconexión con la gente es que 80 de los 130 congresistas han decidido postular nuevamente. Lo más indignante es que nueve de ellos, involucrados en el escándalo de los “mochasueldos”, buscan también la reelección, como si los cargos fueran un derecho adquirido y no una responsabilidad frente a la ciudadanía. Es una señal preocupante de impunidad y desvergüenza política.

Para muchos peruanos, esta situación no solo es una burla, sino una provocación. Después de años de blindajes, componendas y casos de corrupción, los legisladores insisten en perpetuarse en el poder, demostrando que el Congreso se ha convertido en una trinchera para mantener privilegios y evitar rendir cuentas. Su desconexión con la realidad nacional solo agrava el descrédito de la política.

El Perú necesita una renovación urgente de su clase dirigente. No se trata de cambiar rostros, sino de recuperar la ética y el sentido del servicio público.