En realidad, desde el momento en que el Congreso decidió postergar para después del 28 de julio el pedido de voto confianza del gabinete Cateriano, la suerte de este parecía echada. Ahora, vencido el plazo, el Gobierno no puede hacer cuestión de confianza y el Legislativo se queda como amo y señor de las decisiones. Como consecuencia, ahí tenemos la decisión de ayer martes, tras un debate de trasnoche, como la frase esa: entre gallos y medianoche.

El Congreso tiene la potestad constitucional de darle o no la confianza a un gabinete. Es constitucional y moral esta facultad. Sin embargo, en un momento como este, en que el tiempo significa más vidas de peruanos perdidas y una recesión galopante que nos puede condenar a más pobreza y más pesar, ¿era viable una crisis política más? Sobre todo cuando vemos argumentos endebles para la negación de la confianza.

Sea como fuere ya está hecho. Finalmente es lo constitucional y al mandatario solo le queda aceptar. Pero vale mirar bien la actuación cada vez más desalentadora de la clase política.

Primero el mismo Cateriano, que equivocó el discurso autosuficiente, puntilloso que le dio argumentos a la izquierda que sataniza la inversión y a los otros que querían tumbarse la reforma educativa y que tienen intereses subalternos.

Luego está la cobardía, ese ponerse de costado. Lo de Alianza Para el Progreso, cuyo líder aspira a gobernar el país, ha sido sencillamente deplorable. Todos en conjunto se abstuvieron. Lo mismo varios votos de Acción Popular, otra decepción. Y Podemos, que confirma muchas de las sospechas que se ceñían sobre su accionar en torno a José Luna.

En el peor momento de la crisis sanitaria y económica, primaron los intereses particulares, el cálculo político. Como si la vida de miles de peruanos valiera muy poco.